Malas……

Malas……

«Il y a autre chose à dire aux générations qui viennent que ce mot fastidieux de “tradition”».
(«Hay algo más que decir a las generaciones futuras que la tediosa palabra “tradición”»)
Paul Claudel
 
Si Freud -parafraseando a Napoleón- tuviese razón y la anatomía fuese el destino, poco recorrido habría tenido la revolución vivida en cuestiones de género, igualdad, derechos o justicia social. El determinismo biológico, escrito en los tripletes de bases de nuestros cromosomas, habría sido una prisión de la que sería imposible escapar. Por fortuna, no es así.
La humanidad ha aprendido a levantarse sobre lo orgánico y a modificar su entorno, a luchar contra las enfermedades o los límites generados por la ley del más fuerte, a decir que la anatomía no justifica desigualdad alguna ni que el camino que ella marca sea el único posible.
En nuestro devenir, biología y determinismo han sido quebrados, definitivamente, en todo lo que atañe a la esfera afectiva-reproductiva-sexual. Una fractura protagonizada, de forma relevante, por mujeres. Mujeres que, con frecuencia, fueron consideradas por el establishment de cada momento, ovejas descarriadas.
Mujeres malas siempre ha habido. Mujeres que, superando moldes sociales, marcaban su propio ritmo, su camino. Gustase o no a la gris normalidad circundante o a los revisores de la historia.
Desde las cortes al arrabal, sus gestos y acciones llevaban la impronta del desacato, la insumisión o el desprecio a la corrección social impuesta. Desacato, o tal vez descaro, debió de reprochársele a aquella joven que, en el siglo XIV, se disfrazó de hombre para seguir estudios en la universidad de Cracovia, siendo expulsada al cabo de dos años, al descubrirse el fraude. Insumisión a imperativos como montar a la amazona (a horcajadas se consideraba perjudicial para la fertilidad femenina) mostró Diana de Poitiers, que a horcajadas cabalgó, dejando que el viento levantase sus caros ropajes y descubriese sus blancas pantorrillas. Desprecio que practicó George Sand, vistiendo pantalones masculinos, fumando tabaco turco y, lo peor, siendo una baronesa que trabajaba y se ufanaba de trabajar. O Isadora Duncan, bisexual, comunista, maga que rompió los estrictos esquemas de la danza clásica mientras tenía hijos fuera del matrimonio. O Marina Ginesta peleando en la Guerra Civil española. O Kathrine Switzer corriendo el maratón de Boston. O…
 
Las malas madres son otro grupo de malas. Diversas en planteamientos y objetivos, su camino está igualmente marcado por la crítica y el estigma social derivados de su falta de asonancia con la moral de quienes “saben” cómo ha de ser y comportarse una madre y mujer.
Malasmadres son las que inventan razones para vivir en lugar de vivir la vida que les marcan, las que deciden por sí mismas, las que se configuran como ruptura de un modelo secular y afirmación de que hay tantas singularidades como mujeres existen.
Malasmadres son las mujeres que abortan. Porque el aborto ha sido modelado, tradicionalmente, como la negación de la naturaleza femenina, cuando no un crimen que rebaja a la mujer a un estatus inferior al de hembra. El aborto es el acto que, por antonomasia, desnaturaliza a la mujer, afirman ciertas filosofías teñidas por el dogma y la fe.
Como recuerda Foucault, antes que la psiquiatría acuñara el término de locura, se denominaba bruja a cualquier mujer que atentara contra el embarazo, propio o ajeno. Brujas, histéricas…, cuando no criminales, eran (son aún en muchos lugares físicos o mentales) el nombre que se le daba a quien, voluntariamente, decidía sobre su embarazo.
Malasmadres son las que rechazan su “vocación natural”, como corresponde a la esencia femenina, y se niegan a ser madres. El 5% de las mujeres nacidas en los años 70 no será madre, por decisión personal, según el Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de Barcelona. Muchas callando su osadía ante la presión social, ante el “se te está pasando el arroz”, ante el constante “¿para cuándo?”.
La sociedad, por más laica o progresista que presuma de ser, sigue considerando que la mujer ha de tener hijos. Eso sí, casada, que la soltera mejor sola e infértil. “Las que no queremos tener hijos somos las locas de los gatos o de los perros. Si cuentas que te has esterilizado, la gente te imagina como una especie de demonio”, afirmaba una de estas mujeres en una reciente entrevista. Mujeres que son vistas como elementos perversos que van en contra de lo natural y lo sagrado de la maternidad.
Y por descontado, malasmadres son las mujeres que deciden, libremente, ayudar a otras y otros donando su capacidad gestacional. Las que deciden, voluntariamente, realizar Gestación por Sustitución (GS). Esas que dicen, con sus acciones, que gestar un niño es una función biológica de la que no necesariamente deriva que quien gesta deba ser madre y dedicarse a la crianza.
Adrienne Rich plantea diferenciar la maternidad como experiencia y la maternidad como institución. La primera se refiere a la relación potencial de cualquier mujer con los poderes de la reproducción y con los hijos y debe ser entendida como experiencia individual entre lo que se puede ser y se puede desear. Por el contrario, la maternidad como institución es unívoca, se predica de modo unitario, totalizador e independiente de toda vivencia personal. El patrón de esta maternidad instituida es la mencionada plenitud, la dicha de la auténtica realización personal a través del “destino biológico“. Esta devoción maternal, como patrón hegemónicamente establecido, está presente tanto en el discurso de la ideología conservadora como en un sin fin de “madres” que lo predican desde un neofeminismo homogeneizador.
Ambos sectores juzgan (y condenan) a las mujeres que donan su capacidad de gestar. Referidas como recipientes -vasijas, hornos- en el lenguaje que propalan, no se las considera capacitadas para decidir sobre su vida y su cuerpo. Que son malas lo ratifica el que vendan a sus hijos como se venden ellas mismas (la comparativa con “la puta” es casi constante en el argumentario de muchas y muchos defensores de la mujer). Malas son por disociar parir de maternidad, como antes lo fueron las que, embarazadas, osaban a no parir e interrumpían su gestación. Malas que cometen la vileza de alumbrar y no considerar suya a toda criatura a la que dan a luz, pecando contra el principio fundamental de su vocación biológica. Malas que se permiten el lujo de decidir si quieren ser o no madres y ejercer su derecho a esa decisión y, para que no falte mancha alguna, malas por carecer de sororidad, por ignorar que disponer sobre su vida, su cuerpo y su útero rompe la hermandad entre mujeres, pues todas han de ser iguales y pensar de idéntico modo para una mejor realización de la colectividad. Pecadoras contra su prójima, merecen el fuego eterno o al menos, como signo de los tiempos, el oprobio y el insulto en redes sociales y debates ad hoc.
Pecadoras son, pues solo desde el pecado es posible entender este gestar para otros. Y, como tales, no pueden ser toleradas jamás. Ni aun en el caso de la que decidiese realizar GS para una hija o un hijo, pues nunca sería de corazón ya que “el altruismo de la maternidad subrogada es un envoltorio que esconde el sometimiento de las mujeres a los caprichos de los seres queridos o cercanos. Una trampa más del patriarcado para tenernos atadas y calladas.” Cualquier día nos dirán que la madre que dona un órgano a su hija refleja el sometimiento a los seres queridos y es presa de una trampa patriarcal más.
En el fondo, rancios conservadurismos y neofeminismos evangelizadores ofrecen un mismo discurso, viejo como el mundo, y persiguen un mismo fin: educar, controlar y dirigir a la mujer por el camino de la perfección, el de la mujer como debe ser. Sin mujeresmalas, sin malasmadres.
En 2013, un editorial de “Le Point” (Mariage homosexuel: oublier la nature) afirmaba que “La naturaleza ha dejado de ser creíble. Desde que sabemos que está escrita en lenguaje matemático, lo que dice cuenta cada vez menos”.
Y cada vez cuenta más la voluntad y la intencionalidad. Esa fuente de la que mana el derecho a decidir que toda persona tiene.
También las Malasmadres.

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