VUELTA AL ARMARIO

VUELTA AL ARMARIO

Tania y Rebeca no se llaman Tania ni Rebeca. Pero sí tienen un hijo de casi tres años. Alejandro. Que tampoco se llama Alejandro. Lo conocí con poco más de un año. Entonces se negaron a que contase su historia. Pero volvieron. –Cuéntala– dijeron.
Ellas aún no están preparadas para salir del armario (creo que intuyen que no saldrán), pero verla escrita puede que les ayude y que, tal vez, conocer lo que han hecho ayude a otras mujeres. En realidad esto no es su historia, que de seguro es más rica y profunda, es lo que yo he conocido de esa historia. Y les doy las gracias por dejarme ver una parte tan importante. Los nombre no son los nombres ni los lugares son los que son… pero creo que así les gustará.
No lo recuerdo, pero atendí a Rebeca en el postoperatorio de su histerectomía. Tenía entonces 44 años y había sido diagnosticada de miomas uterinos. Diversos tratamientos médicos fracasados, necesidad de trasfundir sangre en tres ocasiones, sangrados casi continuos,… todo eso la llevó al quirófano.  El postoperatorio debió ser fácil y, al parecer, en un par de días le di el alta. Supongo que informé a la familia y que supe quien la acompañaba en esos días. Ella dice que lo hice, que hablé con Tania.
Un día dos mujeres llamaron a la puerta de mi despacho. Una de ellas, la mayor, con un niño pequeño en brazos. Habían pasado algo más de 4 años de la cirugía de Rebeca. Me recordaron el ingreso. Me dijeron que eran pareja. Y me presentaron a su hijo.
Me contaron que a Tanía le diagnosticaron un cáncer de ovario unos meses después de la cirugía de Rebeca. Con 36 años. Se operó y todo fue bien. En la cirugía se consiguió R0, resto cero. Nada había quedado. Tras la intervención llegó la quimioterapia, el miedo a no responder y la angustia. Pero también pasó. El pelo volvió a crecer. La vida pareció retomarse.
Las felicité por el niño. Era precioso y, en ese momento, Tania me miró muy fijo y dijo: –Alejandro no es adoptado. Es nuestro. No hay mucha gente a la que le podamos decir esto, pero sé que nos entenderá. Tardé un rato en comprender. No me había hecho ningún planteamiento sobre el niño. Era su hijo y listo. De pronto caí. Ninguna tenía útero. En cuestión de unos meses ambas habían sido operadas. Por razones diferentes, eran un matrimonio de mujeres que carecían de útero, pero tenían un niño de un año. Las miré ahora con otros ojos. Pregunté si les apetecía contármelo.
La primera histerectomía no había constado mucho. Era un problema de salud, que es lo que importa. Querían hijos, pero habían pensado que Tania, más joven, fuese la que gestase los hijos de ambas. Decidieron esperar un tiempo, para que Rebeca se recuperase de la intervención, pero no aguantaron. Un par de meses después acudían a un centro especializado en reproducción. Emocionadas y ansiosas. Entrevista, análisis, preparar el ciclo y… en la ecografía se vio un quiste. Ovario derecho… Análisis, mas ecografías, doppler, marcadores tumorales,…y la cirugía. A Tania le quitaron el ovario por laparoscopia.
No se había sospechado que fuese nada más. El diagnóstico fue un mazazo brutal. Era maligno. La citología de la cavidad del abdomen era positiva para células malignas, la capsula del tumor estaba rota. Había que operar y llevarse todo. Recogieron sus informes (y sus ilusiones) y acudieron a su hospital de referencia para la cirugía definitiva.
El miedo no les dejo pensar mucho durante el primer año. Fue al pasar la primera revisión cuando empezaron a relajarse. Y con el relajo llego la memoria de lo perdido.
Una noche, en la cama, Rebeca me dijo: “ninguna tenemos matriz. Nuestros hijos se han quedado en la mesa de un quirófano”. La abracé, la bese y lloramos juntas-. Tania tenía el vello erizado mientras recordaba aquello.
En pocos días ya sabía lo que quería hacer. Rebeca lo rechazó inmediatamente. La vida las había tratado así y así había que asumirlo. Tania no insistió. De momento.
Al ver a Rebeca llorando, unas semanas más tarde, ya no aceptó su negativa.
Buscaron, contactaron, aprendieron otra realidad sobre la gestación subrogada diferente de aquella que les habían narrado. Miraron en Grecia, en México, en… pero un matrimonio de mujeres solo puede subrogar en un lugar. Viajaron a Chicago y de allí a Aurora. Les encantaba el nombre de aquella ciudad. En ella conocieron a Linda.
El día del parto, mientras Linda empujaba y sonreía, ellas tenían el corazón desbocado como nunca antes. Cuando tuvieron a Alejandro en sus brazos y Linda les dio la enhorabuena, sintieron tres cosas. Gratitud infinita hacia aquella mujer tan especial. Alegría por lo hecho. Y amor, amor sin límite, hacia un niño que era su hijo desde hacía 9 meses, aunque nunca lo hubiesen sentido moverse en su carne.
No podemos contar esto. No nos atrevemos. Ante la familia y los amigos ha sido una adopción. Si en nuestro entorno se supiese que hemos subrogado… bueno, la oposición es muy fuerte. Nos atacarían. Seriamos traidoras a la lucha de la mujer. Alejandro sería mirado de otra forma. Así que… hemos vuelto al armario-.
Al despedirlas solo les dije una cosa. “No dejéis que él crea que alguien no lo ha querido, que hay por ahí una persona que lo dejó atrás. Decidle la verdad, decidle que lo amabais tanto que cruzasteis un océano para hacer posible el milagro de su vida. Que se sienta orgulloso de sus madres. Contádselo.
Volvieron a visitarme después de año nuevo. –Cuéntala– dijeron. –Aun no podemos salir del armario, pero cuéntala. Puede ayudar a otras y nos ayudara a nosotras. Alejandro tiene derecho a conocer como vino al mundo. Tú lo dijiste. Cuenta su historia-.
Se marcharon corriendo. El niño, rápido como una bala, se alejaba por el pasillo. Mientras le llamaban, apenas tuvieron tiempo de decirme adiós con una sonrisa.2 MUJERES Dibujo3
He cambiado todo. La historia no es como la cuento, aunque si hay un pueblo llamado Aurora donde vive una mujer llamada Linda.
No seré yo quien las saque del armario. Son ellas las que han de salir cuando lo juzguen conveniente.
Vosotras, vosotros, si os las encontráis, sonreídles. Son grandes.

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